Calvino, JEZYKI, En espanol, C

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TIEMPO CERO
Italo Calvino
* * *
Tengo la impresión de que no es la primera vez que me encuentro en esta situación: con el
arco apenas flojo en la mano izquierda tendida hacia adelante, la mano derecha contraída atrás, la
flecha F suspendida en el aire a casi un tercio de su trayectoria y, un poco más allá, suspendido
también en el aire y también a casi un tercio de su trayectoria, el león L en el acto de saltar sobre
mí con las fauces abiertas y las garras extendidas. Dentro de un segundo sabré si la trayectoria de
la flecha y la del león vendrán o no a coincidir en un punto X atravesado tanto por L como por F
en el mismo segundo tx, es decir, si el león se desplomará en el aire con un rugido sofocado por
el borbotón de sangre que le inundará la negra garganta atravesada por la flecha, o si caerá
incólume sobre mí derribándome con un doble zarpazo que me desgarrará el tejido muscular de
los hombros y del tórax, mientras su boca, cerrándose con un simple golpe de mandíbulas, me
separará la cabeza del cuello a la altura de la primera vértebra.
Tan numerosos y complejos son los factores que condicionan el movimiento parabólico
tanto de las flechas como de los felinos, que no me permiten por el momento juzgar cuál de sus
eventualidades es más probable. Me encuentro pues en una de esas situaciones de incertidumbre
y espera en las que no se sabe realmente qué pensar. Y el pensamiento que se me presenta es
éste: me parece que no es la primera vez.
No quiero referirme aquí a otras experiencias mías de caza: el arquero, apenas cree que ha
adquirido experiencia, está perdido; cada león que encontramos en nuestra breve vida es
diferente de cualquier otro león; guay si nos detenemos a hacer confrontaciones, a deducir
nuestros movimientos de normas y presuposiciones. Hablo de este león L y de esta flecha F que
han llegado ahora a casi un tercio de sus respectivas trayectorias.
Y tampoco puedo ser incluido entre los que creen en la existencia de un león primero y
absoluto, del cual todos los diversos leones particulares y aproximativos que nos saltan encima
son sólo sombras o apariencias. En nuestra dura vida no hay lugar para nada que no sea concreto
y captable por los sentidos.
Igualmente extraña me es la opinión del que dice que cada uno lleva en sí desde su
nacimiento un recuerdo de león que amenaza en sus sueños, heredado de padre a hijo, y así
cuando ve un león se dice en seguida: ¡vaya, el león! Podría explicar por qué y cómo he llegado a
excluirlo, pero no me parece que sea éste el momento oportuno.
Básteme decir que por «león» entiendo sólo esta mancha amarilla que emerge de un matorral
de la sabana, este bufido ronco que exhala olor de carne sanguinolento, y el pelo blanco del
vientre y el rosa bajo las zarpas, y el ángulo agudo de las uñas retráctiles como las veo ahora
cerniéndose sobre mí en una mezcla de sensaciones que llamo «león» por darle un nombre,
aunque está claro que no tiene nada que ver con la palabra león ni tampoco con la idea de león
que uno podría hacerse en otras circunstancias.
Si digo que este instante que estoy viviendo no es la primera vez que lo vivo, es porque la
sensación que tengo es como de un ligero desdoblarse de imágenes, como si al mismo tiempo
viera no un león o una flecha sino dos o más leones y dos o más flechas superpuestos con un
corrimiento apenas perceptible, de modo que los contornos sinuosos de la figura del león y el
segmento de la flecha resultan subrayados o mejor aureolados por líneas más sutiles y de color
más esfumado. El desdoblamiento sin embargo podría ser solamente una ilusión con la cual me
represento una sensación de espesor de otro modo indefinible, por la cual león flecha matorral
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son algo más que este león esta flecha este matorral, es decir, la repetición interminable de león
flecha matorral dispuestos en esa precisa relación con una interminable repetición de mí mismo
en el momento en que apenas he aflojado la cuerda de mi arco.
No quisiera sin embargo que esta sensación como la he descrito se asemejase demasiado al
reconocimiento de algo ya visto, flecha en esa posición y león en aquella otra y recíproca
relación entre las posiciones de la flecha y del león y de mí plantado aquí con el arco en la mano;
preferiría decir que lo que he reconocido es solamente el espacio, el punto del espacio en que se
encuentra la flecha y que estaría vacío si la flecha no estuviera, el espacio vacío que ahora
contiene al león y el que me contiene ahora a mí, como si en el vacío del espacio que ocupamos,
o mejor atravesamos - es decir, que el mundo ocupa o, mejor, atraviesa -, algunos puntos me
hubieran resultado reconocibles en medio de todos los otros puntos igualmente vacíos e
igualmente atravesados del mundo. Y que quede bien claro: no es que este reconocimiento
suceda en relación, por ejemplo, con la configuración del terreno, con la distancia del río o de la
selva; el espacio que nos circunda es un espacio siempre diverso, lo sé, sé que la Tierra es un
cuerpo celeste que se mueve en medio de otros cuerpos celestes que se mueven, sé que ninguna
señal, ni en la Tierra ni en el cielo, puede servirme de punto de referencia absoluto, tengo
siempre presente que las estrellas giran en la rueda de la galaxia y las galaxias se alejan una de la
otra con velocidad proporcional a la distancia. Pero la sospecha que me ha asaltado es justamente
ésta: haber llegado a encontrarme en un espacio que no me es nuevo, haber vuelto a un punto por
el cual ya habíamos pasado. Y como no se trata sólo de mí sino también de una flecha y de un
león, no es el caso de pensar que sea un azar: aquí se trata del tiempo, que continúa recorriendo
una huella que ya ha recorrido. Podría pues definir como tiempo y no como espacio ese vacío
que me ha parecido reconocer al atravesarlo.
La pregunta que ahora me hago es si un punto del recorrido del tiempo puede superponerse a
puntos de recorridos precedentes. En este caso, la impresión de espesor de las imágenes se
explicaría como la palpitación repetida del tiempo en un instante idéntico. Podría también darse,
en ciertos puntos, un pequeño corrimiento entre un recorrido y el otro: imágenes ligeramente
desdobladas o desenfocadas serían el indicio de que el trazado del tiempo está un poco
desgastado por el uso y deja un sutil margen de juego en torno a sus pasajes obligados. Pero
aunque no se tratase de un momentáneo efecto óptico, queda el acento como de una cadencia que
me parece oír palpitar en el instante que estoy viviendo. No quisiera sin embargo que lo que he
dicho hiciese pensar que este instante está como dotado de una especial consistencia temporal en
la serie de instantes que lo preceden y lo siguen: desde el punto de vista del tiempo es
exactamente un instante que dura como los otros, indiferente a su contenido, suspendido en su
carrera entre el pasado y el futuro; lo que me parece haber descubierto es su recorrer puntual en
una serie que se repite cada vez idéntica a sí misma.
En una palabra, todo el problema, ahora que la flecha traspasa el aire con un silbido y el león
se arquea en su salto y no se puede prever todavía si la punta embebida en el veneno de serpiente
traspasará el pelo leonado entre los ojos desorbitados o si errará el blanco abandonando mis
vísceras inermes al desgarrón que las separará de la urdimbre de huesos donde están ahora
ancladas y las arrastrará dispersas por el suelo ensangrentado y polvoriento hasta que antes de la
noche los cuervos y los chacales hayan borrado la última huella; todo el problema para mí es
saber si la serie de que forma parte este segundo está abierta o cerrada. Porque si, como me
parece haber oído sostener alguna vez, es una serie finita, si el tiempo del universo ha
comenzado en cierto momento y continúa en una explosión de estrellas y nebulosas cada vez
más enrarecidas hasta el momento en que la dispersión alcance el límite extremo y estrellas y
nebulosas vuelvan a concentrarse, la consecuencia que debo sacar es que el tiempo volverá sobre
sus pasos, que la cadena de los minutos se desenrollará en sentido inverso, hasta que se llegue de
nuevo al principio, para recomenzar después, todo esto infinitas veces - y no está dicho,
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entonces, que haya tenido un comienzo: el universo no hace sino pulsar entre dos momentos
extremos, obligado a repetirse desde siempre -, así como infinitas veces se ha repetido y se repite
este segundo en que ahora me encuentro.
Tratemos pues de ver claro: yo me encuentro en un punto espaciotemporal intermedio
cualquiera de una fase del universo; al cabo de centenares de millares de billones de segundos he
aquí que la flecha y el león y yo y el matorral nos hemos encontrado como nos encontramos
ahora, y este segundo será de inmediato tragado y sepultado en la serie de los centenares de
millares de billones de segundos que continúa, independientemente del resultado que tenga de
aquí a un segundo el vuelo convergente o corrido del león y de la flecha; después en cierto
momento la carrera invertirá su sentido, el universo repetirá su curso a la inversa, de los efectos
resurgirán puntuales las causas, e incluso de estos efectos que me esperan y que no conozco, de
una flecha que se clava en el suelo levantando una nube amarilla de polvo y menudas astillas de
sílex o que traspasa el paladar de la fiera como un nuevo diente monstruoso, se regresará al
momento que ahora estoy viviendo, la flecha volviendo a empulgarse como chupada en el arco
tenso, el león cayendo detrás del matorral sobre las zarpas posteriores contraídas a resorte, y todo
el después será poco a poco borrado segundo por segundo por el retorno del antes, será olvidado
en el descomponerse de los miles de millones de combinaciones de neuronas dentro de los
lóbulos de los cerebros, de modo que nadie sabrá que vive en el reverso del tiempo como ni
siquiera yo ahora estoy seguro de cuál es el sentido en que se mueve el tiempo en que me muevo,
y si el después que espero no ha sucedido ya en realidad hace un segundo, llevando consigo mi
salvación o mi muerte.
Lo que me pregunto es si, considerando que a este punto de todos modos se ha de volver, no
es cosa de que yo me detenga, que me detenga en el espacio y en el tiempo, mientras la cuerda
del arco apenas aflojada se curva en la dirección opuesta a aquella hacia la cual había estado
anteriormente tendida, y mientras el pie derecho apenas aliviado del peso del cuerpo se levanta
en una torsión de noventa grados, y de que esté así inmóvil esperando que de la oscuridad del
espaciotiempo vuelva a salir el león y a disponerse contra mí con las cuatro zarpas altas en el
aire, y la flecha vuelva a insertarse en su trayectoria en el punto exacto en que está ahora. ¿Para
qué sirve en realidad seguir si antes o después tendremos que encontrarnos en esta situación? Da
lo mismo que yo me conceda un descanso de unas decenas de miles de millones de años, y deje
que el resto del universo continúe su carrera espacial y temporal hasta el fin, y espere el viaje de
retorno para saltar de nuevo dentro, y después volver atrás en la historia mía y del universo hasta
los orígenes, y después recomenzar otra vez para encontrarme aquí de nuevo - o que deje que el
tiempo vuelva atrás por su cuenta y después vuelva a acercárseme mientras yo estoy siempre
quieto esperando -, y ver entonces si la vez es buena para decidirme a dar el otro paso, para ir a
dar una ojeada a lo que me sucederá dentro de un segundo, o si no me conviene detenerme
definitivamente aquí. Para eso no es necesario que mis partículas materiales sean sustraídas a su
curso espaciotemporal, a la sanguinaria efímera victoria del cazador o del león: estoy seguro de
que una parte de nosotros queda de todos modos enviscada en cada intersección del tiempo y, del
espacio, y por lo tanto bastaría no separarse de esa parte, identificarse con ella, dejando que el
resto gire como debe girar hasta el final.
Se me presenta, en suma, esta posibilidad: constituir un punto fijo en las fases oscilantes del
universo. ¿Debo aprovechar la ocasión o mejor dejarla pasar? Detenerme, quizá me detendría no
yo solo, cosa que, me doy cuenta, tendría poco sentido, sino yo junto con lo que sirve para
definir este instante para mí, flecha león arquero suspendidos así como estamos para siempre. Me
parece en realidad que si el león supiera claramente cómo están las cosas, de seguro también él
estaría de acuerdo en permanecer como se encuentra ahora, a casi un tercio de la trayectoria de
su salto furioso, y en separarse de aquella proyección de sí mismo que dentro de un segundo irá
al encuentro de los rígidos espasmos de la agonía o de la masticación rabiosa de un cráneo
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humano todavía caliente. Puedo hablar, pues, no sólo por mí, sino también en nombre del león. Y
en nombre de la flecha, porque una flecha no puede querer sino ser flecha como lo es en este
rápido momento, y aplazar el destino de desperdicio romo que le espera, cualquiera que sea el
blanco en que dé.
Establecido, pues, que la situación en que nos encontramos ahora yo y león y flecha en este
instante t0 se verificará dos veces para cada vaivén del tiempo, idéntica las tres veces, y así ya se
había repetido tantas veces cuantas el universo ha repetido su diástole y su sístole en el pasado -
si es que tiene sentido hablar de pasado y de futuro para la sucesión de estas fases, cuando
sabemos que no tiene ninguno en el interior de las fases -, queda siempre la incertidumbre sobre
las situaciones en los sucesivos segundos t1, t2, t3, etcétera, así como parecía incierta en los
precedentes t-1, t-2, t-3, etcétera.
Las alternativas, mirándolo bien, son éstas:
o las líneas espaciotemporales que el universo sigue en las fases de su pulsación coinciden
en todos sus puntos;
o bien coinciden sólo en algunos puntos excepcionales, como el segundo que estoy viviendo,
para diverger después en los otros.
Si esta última alternativa es la justa, desde el punto espaciotemporal en que me encuentro
parte un haz de posibilidades que cuanto más avanzan en el tiempo más divergen en cono hacia
futuros completamente diferentes entre sí, y a cada vez que me encuentre aquí con la flecha y el
león en el aire corresponderá un diferente punto X de intersección de sus trayectorias, cada vez el
león será herido de manera diferente, tendrá una agonía diferente o encontrará en medida
diferente nuevas fuerzas para reaccionar, o no será herido y se arrojará sobre mí cada vez de una
manera diferente dejándome o no dejándome posibilidad de defensa, y mis victorias y mis
derrotas en la lucha con el león se revelan potencialmente infinitas, y cuantas más veces sea yo
despedazado tantas más probabilidades tendré de dar en el blanco la próxima vez que me
encuentre aquí de nuevo dentro de miles de millones de años, y sobre esta situación mía de ahora
no puedo emitir ningún juicio porque en caso de que yo esté viviendo la fracción de tiempo
inmediatamente anterior a la garra de la fiera, éste sería el último momento de una época feliz,
mientras que si lo que me espera es el triunfo con que la tribu acoge al cazador de leones
victorioso, esto que estoy viviendo es el colmo de la angustia, el punto más negro del descenso a
los infiernos que debo cumplir para merecer la apoteosis. De esta situación, pues, me conviene
huir sea como fuere lo que me aguarda, porque si hay un intervalo de tiempo que no cuenta nada
es justamente éste, definible sólo en relación con el que le sigue, es decir, en sí mismo este
segundo no existe, y no hay ninguna posibilidad no sólo de detenerse en él sino de atravesarlo lo
que dura un segundo, en suma, es un salto del tiempo entre el momento en que el león y la flecha
han emprendido su vuelo y el momento en que un chorro de sangre irrumpirá de las venas del
león o de las mías.
Añádase que si de este segundo parten en cono infinitas líneas de posibles futuros, las
mismas líneas provienen oblicuas de un pasado que es también un cono de posibilidades
infinitas, por lo tanto el yo mismo que se encuentra ahora aquí con el león que se le desploma
desde lo alto y con la flecha que abre su camino en el aire, y un yo mismo cada vez diferente
porque el pasado la edad la madre el padre la tribu la lengua la experiencia son diferentes cada
vez, el león es siempre otro león aunque sea exactamente así como lo veo cada vez, con la cola
que en el salto se ha replegado acercando el mechón al flanco derecho en un movimiento que
podría ser tanto un latigazo como una caricia, con las crines tan abiertas que tapan a mi vista
gran parte del pecho y del torso y sólo dejan surgir lateralmente las zarpas anteriores levantadas
como preparándose para un abrazo jubiloso pero en realidad prontas a hundirme las uñas en los
hombros con todas sus fuerzas, y la flecha está hecha de una materia siempre diferente, aguzada
con diferentes instrumentos, envenenada con disímiles serpientes, pero siempre atravesando el
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aire con la misma parábola y el mismo silbido. Lo que no cambia es la relación entre yo flecha
león en ese instante de incertidumbre que se repite igual, incertidumbre cuya apuesta es la
muerte, pero es preciso reconocer que si esta muerte inminente es la muerte de un yo con
diferente pasado, de un yo que ayer por la mañana no ha estado recogiendo raíces con mi prima,
es decir, mirándolo bien, otro yo, de un extraño, quizá de un extraño que ayer por la mañana
estuvo recogiendo raíces con mi prima, por lo tanto de un enemigo, aunque aquí en mi lugar las
otras veces en cambio de estar yo había otro, no es que me importe ya mucho saber si la vez
antes o la vez después la flecha dio o no en el león.
En este caso entonces queda excluido que el detenerme en t0 por todo el curso del espacio y
del tiempo tenga para mí interés. Se mantiene siempre sin embargo la otra hipótesis: así como en
la vieja geometría bastaba que las líneas coincidieran en dos puntos para que coincidieran en
todos, así puede darse que las líneas espaciotemporales trazadas por el universo en sus fases
alternas coincidan en todos sus puntos y entonces no sólo t0 sino también t1 y t2 y todo lo que
vendrá después coincidirán con los respectivos t1, t2, t3 de las otras fases, y así todos los
segundos precedentes y siguientes, y yo estaré reducido a tener un solo pasado y un solo futuro
repetidos infinitas veces antes y después de este momento. Cabe sin embargo preguntarse si tiene
sentido hablar de repetición cuando el tiempo consiste en una serie única de puntos tales que no
permiten variaciones ni en su naturaleza ni en su sucesión: bastaría entonces decir que el tiempo
es finito y siempre igual a sí mismo, y por lo tanto puede considerarse como dado
contemporáneamente en toda su extensión formando una pila de estratos de presente; es decir, se
trata de un tiempo absolutamente lleno, en cuanto cada uno de los átomos en que es
descomponible constituye como un estrato que está continuamente presente, inserto entre otros
estratos también continuamente presentes. En resumen, el segundo t0 en el que están la flecha F0
y un poco más allá el león L0 y aquí el yo mismo Q0 es un estrato espaciotemporal que
permanece detenido e idéntico para siempre, y junto a ese se dispone t, con la flecha F, y el león
L, y el yo mismo Q, que han cambiado ligeramente sus posiciones, y, allí al lado está t2 que
contiene F2, L2 y Q2 y así sucesivamente. En uno de esos segundos puestos en fila resulta claro
quién vive y quién muere entre el león Ln y el yo mismo Qn, y en los segundos siguientes
seguramente se están desenvolviendo: o los festejos de la tribu al cazador que vuelve con los
despojos del león, o los funerales del cazador mientras a través de la sabana se difunde el terror
al paso del león asesino. Cada segundo es definitivo, cerrado, sin interferencias con los otros, y
yo Q0. aquí en mi territorio t0, puedo estar absolutamente tranquilo y desinteresarme de lo que
contemporáneamente está sucediendo a Q1, Q2, Q3, Qn. en los respectivos segundos vecinos
míos, porque en realidad los leones L1, L2, L3, Ln no podrán jamás ocupar el lugar del notorio y
todavía inofensivo aunque amenazante L0, mantenido a raya por una flecha en vuelo F0
portadora aún en sí de esa potencia mortífera que podría revelarse desperdiciada por F1, F2, F3,
Fn, en su disponerse en segmentos de trayectoria cada vez más distantes del blanco,
ridiculizándome como el arquero más chambón de la tribu, o mejor ridiculizando como chambón
a aquel Q0, que en t-1 apunta con su arco.
Sé que la comparación con los fotogramas de una película, se impone espontáneamente,
pero si he evitado hasta ahora hacerla he tenido mis razones. Es cierto que cada segundo está
encerrado en sí mismo y es incomunicable con los otros exactamente corno un fotograma, pero
para definir su contenido no bastan los puntos Q0 L0, F0, con los cuales lo limitaremos a una
escenita de caza del león, todo lo dramática que se quiera pero desde luego no muy vasta de
horizontes; lo que ha de tenerse en cuenta contemporáneamente es la totalidad de los puntos
contenidos en el universo en ese segundo t0, no uno exclusivamente, y entonces el fotograma es
mejor quitárselo de la cabeza porque no hace más que confundir las ideas.
De modo que yo ahora que he decidido habitar para siempre este segundo t0 - y si no lo
hubiera decidido sería lo mismo porque en cuanto Q0 no puedo habitar ningún otro - tengo toda
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